miércoles, 19 de octubre de 2022

Los sabios y discretos jueces de raya de San Isidro y una comida que, por una vez, perdió mucho de su sabor burrero de siempre


Las discusiones sobre el final del Gran Premio Jockey Club del sábado pasado quedaron dañadas por los incidentes posteriores, nunca vistos, que obligaron a hablar más de estos que del clásico más antiguo del calendario argentino



El fnal que nadie quiso; la carrera que no terminó en el disco




En los días convulsionados de la Argentina, donde el pensamiento que gobierna es el de llevarse por delante instituciones como la Justicia, intentando modificar leyes y desplazar jueces y fiscales por el simple hecho de cumplir las normas y de fallar en consecuencia, no extraña que alguien que se siente perjudicado por la decisión de un cuerpo que rige las carreras de caballos quiera imponer su ley a como dé lugar.

  Como suele ocurrir, el turf llega a los medios masivos para mostrar sus miserias y escándalos mucho más a menudo que el espectáculo en sí, sus victorias y derrotas, la gloria y el drama deportivo. Aquí no fue la excepción. El titular del stud Mamina, Diego García, declaró en el noticiero de Telefé lo mismo que expresó en un comunicado, sin autocrítica y sin mención al ataque de un grupo que él mismo integró a la torre de comisarios y jueces de raya. Solo el remanido e hipócrita lamento por si “molestó a alguien” ese proceder.

Uno tiene la suerte de compartir algunas comidas con dos de los cuatro jueces que establecen las diferencias que se aprecian en la meta por todos los medios posibles, el visual y el tecnológico. También con un directivo de la Gremial de Profesionales, entre otros. En la última, todos los que lo quisieron dieron sus opiniones sobre si hubo infracción o no, o si estaba bien la sanción, como en una charla entre amigos, de café. Sin discusiones, que hubieran sido válidas claro, pero ahora heridas de muerte por todo lo que ocurrió después. Incluso se observaron situaciones reglamentarias que quizás habrían pasado inadvertidas en otro contexto, como que el equipo de Adrián Giannetti estuvo en el piso tras la premiación o que la bandera colorada fue arriada en el mástil antes de conocerse el resultado oficial.

  Esos jóvenes jueces son trabajadores del turf con un conocimiento tan amplio de caballos y de carreras –prodigioso a veces- que escucharlos enriquece y los llena de autoridad cuando hablan, despojados de cualquier gesto de vanidad. No merecían sufrir semejante ataque de ira y amedrentamiento.

  Todo lo que se conoció en las redes, incluyendo detalles particulares de los propietarios o burlas hacia Jorge Valdivieso por su función como comisario no merece comentarios. No hacen a los hechos ni contribuyen a solucionar los problemas. Las consecuencias del desastre que se cometió en nombre de una justicia a medida, no a la que rige y que fue detallada aquí en anteriores envíos, se dirimirán en los tribunales deportivos u ordinarios.

  Sí hay algo que debe resolverse en el hipódromo y es el hermetismo, lo que le cuesta a San Isidro, en este caso, mostrar las imágenes, aún antes de que se confirme el marcador y aún flamee la bandera amarilla, como sucede en otras hípicas. Los tiempos en que no se podía acceder a la sala de TV de San Isidro para no observar tomas que solo la Comisión de Carreras recibía, ya pasaron. Hoy, la transparencia que se pregona exige que apostadores y protagonistas vean desde todos los ángulos las incidencias de una carrera, aún en la pausa hasta que se pongan las chapas.

  Que lo que pasó en el Jockey Club sirva al menos para arreglar algunas cuestiones que el público merece tener a mano.











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