Las discusiones sobre el final del Gran Premio Jockey Club del sábado pasado quedaron dañadas por los incidentes posteriores, nunca vistos, que obligaron a hablar más de estos que del clásico más antiguo del calendario argentino
El fnal que nadie quiso; la carrera que no terminó en el disco |
En los días
convulsionados de la Argentina, donde el pensamiento que gobierna es el de
llevarse por delante instituciones como la Justicia, intentando modificar leyes
y desplazar jueces y fiscales por el simple hecho de cumplir las normas y de fallar
en consecuencia, no extraña que alguien que se siente perjudicado por la
decisión de un cuerpo que rige las carreras de caballos quiera imponer su ley a
como dé lugar.
Como suele
ocurrir, el turf llega a los medios masivos para mostrar sus miserias y escándalos
mucho más a menudo que el espectáculo en sí, sus victorias y derrotas, la
gloria y el drama deportivo. Aquí no fue la excepción. El titular del stud
Mamina, Diego García, declaró en el noticiero de Telefé lo mismo que expresó en un comunicado, sin autocrítica y sin
mención al ataque de un grupo que él mismo integró a la torre de comisarios y
jueces de raya. Solo el remanido e hipócrita lamento por si “molestó a alguien”
ese proceder.
Uno tiene la suerte de compartir algunas comidas con dos de los cuatro jueces que establecen las diferencias que se aprecian en la meta por todos los medios posibles, el visual y el tecnológico. También con un directivo de la Gremial de Profesionales, entre otros. En la última, todos los que lo quisieron dieron sus opiniones sobre si hubo infracción o no, o si estaba bien la sanción, como en una charla entre amigos, de café. Sin discusiones, que hubieran sido válidas claro, pero ahora heridas de muerte por todo lo que ocurrió después. Incluso se observaron situaciones reglamentarias que quizás habrían pasado inadvertidas en otro contexto, como que el equipo de Adrián Giannetti estuvo en el piso tras la premiación o que la bandera colorada fue arriada en el mástil antes de conocerse el resultado oficial.
Esos
jóvenes jueces son trabajadores del turf con un conocimiento tan amplio de
caballos y de carreras –prodigioso a veces- que escucharlos enriquece y los
llena de autoridad cuando hablan, despojados de cualquier gesto de vanidad. No merecían sufrir semejante ataque de ira y amedrentamiento.
Todo lo que
se conoció en las redes, incluyendo detalles particulares de los propietarios o
burlas hacia Jorge Valdivieso por su función como comisario no merece comentarios.
No hacen a los hechos ni contribuyen a solucionar los problemas. Las consecuencias
del desastre que se cometió en nombre de una justicia a medida, no a la que rige
y que fue detallada aquí en anteriores envíos, se dirimirán en los tribunales
deportivos u ordinarios.
Sí hay algo
que debe resolverse en el hipódromo y es el hermetismo, lo que le cuesta a San
Isidro, en este caso, mostrar las imágenes, aún antes de que se confirme el
marcador y aún flamee la bandera amarilla, como sucede en otras hípicas. Los
tiempos en que no se podía acceder a la sala de TV de San Isidro para no
observar tomas que solo la Comisión de Carreras recibía, ya pasaron. Hoy, la
transparencia que se pregona exige que apostadores y protagonistas vean desde
todos los ángulos las incidencias de una carrera, aún en la pausa hasta que se pongan
las chapas.
Que lo que
pasó en el Jockey Club sirva al menos para arreglar algunas cuestiones que el público
merece tener a mano.
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