Había que escuchar a Ignacio Bebe Correas hablar de las personalidades más diferentes, desde el cuidador José B. Irazusta hasta el embajador Alejandro Orfila; desde el jockey Eduardo Fuchi Liceri a Omar Shariff, un actor que fue su amigo y con el que compartió los tiempos de su apogeo, cuando ya había filmado Lawrence de Arabia y Dr. Zhivago. De Eduardo Jara a Frankie Dettori, que corrió a su yegua Cagnotte en un Selección de este siglo.
El que heredó de Ignacio Félix Correas el haras Las Ortigas, la cabaña
que había fundado el padre de aquél, Ignacio Correas I, amigo íntimo de Carlos
Pellegrini y puntal de la fundación del turf argentino. Había que escucharlo a
Bebe hablar de su abuelo, de Diamond Jubilee, el padrillo que obligó a pedir un
préstamo de 15.000 guineas para completar el precio de 33.000 que en 1905 le
había puesto Eduardo VII, Rey de Inglaterra. Un dinero por el que “respondió
con todo lo que tenía, hasta la ropa…”, contaba Bebe.
Ignacio Correas III, Bebe, se refería con el mismo afecto a Telmo Miguez,
el maestro de Irazusta en Las Ortigas, que a Charlie Wittingham, el cuidador
que se formó con Horacio Luro, el Gran Señor en los Estados Unidos. Y admiraba
a Juan Lapistoy y a Julio Penna y quería mucho a Jorge Mayansky Neer. A Freddy
Head y a Liceri. A todos los compartía con Héctor del Piano, su gran amigo, el
que lo acompañó en todas las aventuras hípicas.
La mesa directiva de Criadores, la del Jockey Club y la del hipódromo de
Palermo lo tuvieron en posiciones de decisión, y por décadas manejó el stud
Iceache, con sus colores blanco y verde. Campero, Pretencioso, Alatón, Tapatío
y el más grande, Yatasto, nacieron en Las Ortigas, y hay más, como aquel Cosino,
potrillo de Grupo 1. Todos le dejaron marca.
Y fuera de todo ranking, por supuesto, sus hijos Ignacio, el recordado Félix
y Ricardo. Entrenadores los dos primeros y ejecutivo de la cría, de
arremangarse en el campo, Ricardo. A ellos se suma Benjamín, el hijo de Nacho,
que dejó la zona de confort que tenía en Lexington, Kentucky, trabajando con su
padre, para venir a entrenar al duro pero desafiante turf argentino. También
sobre ellos había que escucharlo a Bebe, ya puesto en padre y abuelo.
Por iniciativa de Nacho, que sentía que no debía perderse el caudaloso
tesoro de la memoria de su padre –un acierto tamaña prevención-, uno tuvo la
fortuna de disfrutar horas de charla con Bebe el año pasado. Horas fructíferas,
de un Correas pleno, al que le gustaba narrar, contar sin presumir. Los que lo
conocieron saben de qué se trata esto.
Se verá cómo se transmiten aquellas cosas en el futuro. En agosto, Bebe, que falleció ayer en Buenos Aires, iba a cumplir 87. Por ahora, se impone la despedida. Solo por ahora.
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