viernes, 29 de octubre de 2021

La Breeders' Cup de Woodbine: a 25 años de una jornada sensacional, que el turf de Canadá merece repetir

 El 26 de octubre de 1996 se recuerda como un hito en la historia de la Breeders’ Cup. Más de una opinión, 24 horas después de que se corriera aquella 13ª versión del festival internacional por antonomasia en el hipódromo de Woodbine, en Toronto, no era sólo elogiosa, sino que llegaba en forma de pregunta: ¿cuándo volverá a organizarse aquí? Hace 25 años, la serie salía de los Estados Unidos por primera vez para saltar la frontera con Canadá, con toda la carga de prevenciones que le puso el turf que la creó, como si fuera un hipódromo de tercer nivel, cuando en realidad era –es- una alternativa e integra el circuito norteamericano.

El clima frío, la pista principal de césped y la segunda de arena, en contra de lo “normal”, un hipódromo cuyas comodidades tal vez no alcanzaran para el público de tamaño acontecimiento, fueron argumentos vanos, que finalmente no hicieron cambiar de idea a Breeders’ Cup Ltd., que con la presidencia de Ted Bassett y con D.G. Van Clief como director ejecutivo (luego sucedería a aquel enorme dirigente que también manejó los destinos de Keeneland) se afirmaron en sus convicciones y en la confianza en el Ontario Jockey Club, que excedió las expectativas con su trabajo. Incluso, había un plan de contingencia que consistía en llevar el campeonato a Churchill Downs si algo fallaba.

El país y toda la ciudad apoyaron a la Breeders’ Cup. Jean Chrétien, Primer Ministro, y Michael Harris, Premier de Ontario, dieron la tradicional bienvenida a través del programa oficial, y eso se tradujo en atenciones extraordinarias para los aficionados y la prensa, quienes lo tomaron como un evento de las máximas ligas de los deportes más populares. En la pista, Cigar (Palace Music), favorito en el Classic (G 1-2000 m) pese a que se había cortado su increíble seguidilla de 16 triunfos, era la estrella del “Championship Day”, que por entonces albergaba siete clásicos de Grupo 1, la mitad de los que tiene la Breeders’ Cup ahora, que se reparte en dos jornadas.

Después, en los hechos, el héroe con sangre argentina en sus venas por Gold Sun (Solazo), su abuela materna, una notable velocista criada en el haras La Quebrada, resultó tercero en un final memorable. Ganó Alphabet Soup (Cozzene), por el hocico ante Louis Quatorze (Sovereign Dancer) y luego cruzó Cigar, a la cabeza, con una larga bandera verde -nominal allí- que tuvo en vilo a casi 50.000 personas. Más tarde, La Quebrada iba a incorporar s Louis Quatorze a su roster de padrillos; era la primera vez que un ganador en la Triple Corona (el Preakness) servía aquí.    

Different y el marcador del Distaff 

Para los argentinos, la gran expectativa se la llevaba Different (Candy Stripes), que llegaba invicta en tres actuaciones en los Estados Unidos desde junio, incluidos los Grupo 1 Spinster y Beverly Hills, tras ganar cinco carreras y sumar un segundo puesto aquí, al cuidado de Edgardo Martucci. Todo eso llevó a Sidney y Jenny Craig –propietarios además de Paseana, Candy Ride, Bienvenido- a pagar el suplemento de 200.000 dólares por no estar la yegua inscripta en la serie. Sidney aclaró que la yegua lo merecía, por eso quebró su promesa de que no lo volvería a hacer: era la tercera vez que debía pagar esos derechos, tras los dos que abonó por Paseana (Ahmad), ganadora del Distaff en 1992 y segunda en 1993. Different, que fue favorita, terminó tercera de Jewel Princess (Key to the Mint) y la gran Serena’s Song (Rahy), la madre de Grand Reward (Storm Cat).


También corrió Criollito (Candy Stripes) en aquella reunión, un velocista criado por Miguel Ángel D’Alesio, ganador de cuatro sobre seis en San Isidro y Palermo, entrenado por Roberto Pellegatta, que se clasificó penúltimo en el Sprint (G 1-1200 m). Bob Baffert era el cuidador de Criollito, que al año siguiente entraría en una espiral de fama cuando Silver Charm (Silver Buck) ganaba el Kentucky Derby y el Preakness, con los colores de Robert y Beverly Lewis, los mismos del caballo argentino.

Aquel día en Woodbine se apostaron 67.738.890 dólares –menos de lo que se esperaba, eso sí- y la temperatura ambiente llegó a 25°, impensado en el otoño canadiense. La noche anterior, en el Sky Dome, el estadio aledaño a la CN Tower, se hizo la fiesta para la prensa, que incluyó entretenimientos como “pitchear” una pelota o lanzar pases de fútbol americano. Ni hablar de los 20 puestos de comida de todo el mundo. Ese momento también fue único.

 Sin embargo, el hito, la sede, esa fiesta con los mejores caballos del mundo, nunca se repitió allí. Aquella fue la primera y única vez que la Breeders’ Cup se organizó fuera de su orgulloso país de origen. Toronto merece revalidar el título.


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