Con Sin Cambio, ganador de una, el cordobés llegó a esa marca este sábado en Palermo, en una trayectoria de montaña rusa que incluye varios picos altos, como el Derby y el Latinoamericano de Roman Rosso y un vínculo breve con Rubio B.
Gza. Antonio Bullrich |
Pareció la
tarde de los jockeys, más que la de los caballos, la del sábado 21 de agosto en
Palermo. Se unieron los 1000 triunfos de Wilson Moreyra, que redondeó un triple
además, al igual que William Pereyra; el regreso victorioso de Rodrigo Cunz,
que ganó por la cabeza un carrera que se le hizo complicada, en el césped, después
de estar inactivo más de medio año, y el homenaje a Eduardo Jara, fallecido
ayer en los Estados Unidos, a los 88 años. Un día antes, San Isidro también le rindió
tributo al “Filetero chileno”, con un minuto de silencio.
El primer contacto de uno con Wilson Moreyra fue en la semana previa a
que ganara el Nacional de 2017 con Roman Rosso (Roman Ruler). El vértigo del
aprendiz que se graduó como jockey en seis meses y vivió de todo, se reanudaba.
"Pasé de correr dos por día a tener casi 10. La suerte volvió a
acompañarme", dijo, después de esa gran victoria. Aquella nota de La Nación se tituló Wilson Moreyra, el chico díscolo que aprendió a ser un jockey en serio.
Luego viviría otra etapa zigzagueante, entre su paso como monta oficial de
Rubio B. y los accidentes, pero también con la obtención del Olimpia de Plata,
en 2018.
Más tarde, como ya había ocurrido, fue Jorge Mayansky Neer el que volvió
a confiar en él, curada la herida que le dejó por haberse alejado el jinete en
busca de aquel contrato con la gran caballeriza. “Son cosas que van pasando en
el camino y sirven de experiencia; yo buscaba lo mejor para mi familia –tiene tres
hijos- en lo económico”, reflexiona Moreyra minutos después de obtener su
triunfo número 1000 y de recibir una ovación y un reconocimiento del programa Alma de Turf, de América Sports. Las
siete vidas profesionales del actual hombre de 30 años que nació en General
Viamonte, Córdoba, le dieron otra oportunidad, como cuando Víctor Sabin y
Héctor Libré lo reincorporaron en la Escuela de Aprendices del Jockey Club luego
de haberlo expulsado [parecía encaprichado en hacerme renegar”, apuntó el
director].
“Era un momento en que estaba muy nervioso porque las cosas no salían y
creía que la gente no valoraba mi trabajo”, enfatiza, en referencia a aquellos
días previos al Derby que ganó, cuando aún iba por las 500 victorias. “Cuando
empecé a ganar carreras importantes me puse más sereno. Es como dice la frase
de Mirtha Legrand, ‘… si te ven mal te maltratan, si te ven bien te contratan’,
por eso hay que disfrutar los buenos momentos”.
EL VALOR DE TETAZE
Hoy, Wilson prefiere no quedarse enganchado en beber de los vasos
vacíos. “Rubio B. me contrató durante un año, me fue muy bien, lo que corrimos
ganamos y estoy muy contento, dejé todo lo mejor de mí”. Después vinieron los
siete meses de la pandemia y, cuando volvió, el vínculo terminó. “Tuve cinco
accidentes seguidos, incluso una fractura, pero el patrón, Ricardo Benedicto,
se portó muy bien conmigo, lo único que debo decir de él es que es una excelente
persona, me llevé muy bien también con su hijo Nico; le agradezco al turf por
haberlo conocido y me aseguró que tenía las puertas abiertas para volver”. Ocho
meses estuvo sin competir.
For the Top, Holly Woman, Logrado, Alampur, entre otros fenómenos de
cuatro patas, son los que junto a su familia justifican el hecho de que Wilson
Moreya “agache la cabeza”, como dijo hace cuatro años y vaya cada mañana al hipódromo
de Palermo a trabajar y sólo trabajar. Este sábado 21 de agosto, agregó otro
caballo a la lista de inolvidables en su campaña: Sin Cambio (Sidney’s Candy),
con el que alcanzó lo que los hípicos estadounidenses conocen como “milestone”,
un hito, un mojón en la trayectoria. Fue una de las notas emotivas que
generaron los jovkeys en la tarde de Palermo.
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