El propietario neoyorquino Mike Repole compró el 25% del ganador del Belmont Stakes antes de iniciarse la Triple Corona en los Estados Unidos y cumplió su sueño de conquistar la carrera más importante de su ciudad; un modo diferente de invertir en caballos que aquí tuvo casos como los de El Sembrador y Berliner
Irad Ortiz Jr desata su euforia por el triunfo de Mo Donegal / Coglianene Photo |
En el turf,
los grandes caballos y sus victorias enormes movilizan. Las historias de los
propietarios que arman una pequeña sociedad con un potrillo, sea este de modesto
origen o de ilustre pedigree, llaman la atención más que las de aquellos más
poderosos en cuanto a recursos. Y están, en un tercer formato, los que compran
una parte de los buenos caballos cuando está probado que sirven, incluso con un
camino clásico ya iniciado.
La victoria
de Mo Donegal (Uncle Mo) en el Belmont Stakes (G 1-
Así se unieron Donegal Racing, una firma cuyo CEO es Jerry Crawford, y Repole Stable. Los dos ya tenían sus socios, por eso se llenó de gente feliz el círculo de ganadores, el sábado 11. Pero ¿quién aporta más a la industria hípica, el que compra el proyecto y alimenta directamente a los productores o el que elige el modelo terminado y probado? Inversión de alto riesgo por la incertidumbre de los resultados o de bajo riesgo por los datos conocidos, es la cuestión. Uno aporta inmediatamente, el otro en forma indirecta, engrosando la billetera de los dueños originales que teóricamente volverá a abrirse pronto para otra compra. La imagen de Repole sentado, tapando la cara con sus manos, que mostró la televisación, trajo a un hombre que celebraba una conquista perseguida por años. Difícilmente estuviera pensando en el dinero –tiene un par de miles de millones en su cuenta-, al menos en ese momento; ni en que cada centavo que invirtió valió la pena. Era el sueño cumplido.
Repole, Ortiz, Crawford y Pletcher, los socios, el jockey, el cuidador / J. Labozzetta-Coglianese |
En los Estados Unidos la práctica es común. Uno de los casos más resonantes fue el de Big Brown (Boundary), ganador del Kentucky Derby y el Preakness de 2008. Michael Iavarone y su grupo IEAH, compraron el 75% de su propiedad en 3,5 millones de dólares antes de esas conquistas. Un año más tarde, el recordado Jesse Jackson compró a Rachel Alexandra (Medaglia D’Oro) después de su triunfo en el Kentucky Oaks (G 1) y la anotó en el Preakness Stakes (G 1) dos semanas después, donde les ganó a los machos. Finalmente llegaron otras dos victorias, pero una lesión obligó a que la yegua fuera retirada y con eso se frustró un duelo lamentablemente más hablado que concretado, ante otra gigante, Zenyatta (Street Cry), en la Breeders’ Cup.
En la
Argentina se recuerda que, en 1994, otro empresario, Gilberto Montagna, compró
dos reservados de grandes haras: El Sembrador (Octante), del stud Los Patrios y
criado en el haras El Paraíso, y Berliner (Ringaro), que defendía los colores
de La Quebrada, su cabaña. El primero ganó el Gran Premio Jockey (G 1) y, al
año siguiente, el Gran Premio Brasil (G 1), en Gávea, donde se llevó 1 millón
de dólares, el increíble premio al ganador. Berliner, en tanto, se impuso en la
Polla de Potrillos (G 1).
En Estados
Unidos, donde es el propietario el que le da el nombre a los potrillos, igual
que en Europa, al dueño del caballo se lo agasaja mejor que al criador en los
hipódromos, por caso en la premiación de la gran mayoría de los clásicos, donde
en general no hay un trofeo para el cabañero. El cliente tiene más exposición. Aquí,
eso es menos notorio.
Lo cierto
es que, por una vía u otra, Mo Donegal, dirigido por el portorriqueño Irad Ortiz
y entrenado por Todd Pletcher –ahora suma cuatro éxitos en el Belmont Stakes-
criado por Ashview Farm &
Colts Neck Stables, en Kentucky, alegró a más de 200 personas. Y eso no está
nada mal.
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