lunes, 13 de junio de 2022

Comprar el potrillo cuando sale del haras o asociarse cuando ya está probado en el hipódromo como Mo Donegal, esa es la cuestión


El propietario neoyorquino Mike Repole compró el 25% del ganador del Belmont Stakes antes de iniciarse la Triple Corona en los Estados Unidos y cumplió su sueño de conquistar la carrera más importante de su ciudad; un modo diferente de invertir en caballos que aquí tuvo casos como los de El Sembrador y Berliner 


Irad Ortiz Jr desata su euforia por el triunfo de Mo Donegal / Coglianene Photo

  

En el turf, los grandes caballos y sus victorias enormes movilizan. Las historias de los propietarios que arman una pequeña sociedad con un potrillo, sea este de modesto origen o de ilustre pedigree, llaman la atención más que las de aquellos más poderosos en cuanto a recursos. Y están, en un tercer formato, los que compran una parte de los buenos caballos cuando está probado que sirven, incluso con un camino clásico ya iniciado.

  La victoria de Mo Donegal (Uncle Mo) en el Belmont Stakes (G 1-2400 m) le dio más luz –en realidad, antes de la carrera era una historia difundida, por la importancia del inversor- a la aparición de Mike Repole, un empresario neoyorquino que compró el 25% de Mo Donegal después de que el caballo ganara el Wood Memorial (G 2) y antes del Kentucky Derby (G 1), donde finalizó quinto. Una condición fue que el 3 años luciera los colores de Repole en Belmont, el primer hipódromo que él visitó, a sus 14 años. Otro dato que decidió su inversión fue que el caballo es hijo de un padrillo que fue suyo en su etapa en las pistas, Uncle Mo (Indian Charlie), Campeón 2 Años de 2010.

  Así se unieron Donegal Racing, una firma cuyo CEO es Jerry Crawford, y Repole Stable. Los dos ya tenían sus socios, por eso se llenó de gente feliz el círculo de ganadores, el sábado 11. Pero ¿quién aporta más a la industria hípica, el que compra el proyecto y alimenta directamente a los productores o el que elige el modelo terminado y probado?  Inversión de alto riesgo por la incertidumbre de los resultados o de bajo riesgo por los datos conocidos, es la cuestión. Uno aporta inmediatamente, el otro en forma indirecta, engrosando la billetera de los dueños originales que teóricamente volverá a abrirse pronto para otra compra. La imagen de Repole sentado, tapando la cara con sus manos, que mostró la televisación, trajo a un hombre que celebraba una conquista perseguida por años. Difícilmente estuviera pensando en el dinero –tiene un par de miles de millones en su cuenta-, al menos en ese momento; ni en que cada centavo que invirtió valió la pena. Era el sueño cumplido.


Repole, Ortiz, Crawford y Pletcher, los socios, el jockey, el cuidador / J. Labozzetta-Coglianese


  En los Estados Unidos la práctica es común. Uno de los casos más resonantes fue el de Big Brown (Boundary), ganador del Kentucky Derby y el Preakness de 2008. Michael Iavarone y su grupo IEAH, compraron el 75% de su propiedad en 3,5 millones de dólares antes de esas conquistas. Un año más tarde, el recordado Jesse Jackson compró a Rachel Alexandra (Medaglia D’Oro) después de su triunfo en el Kentucky Oaks (G 1) y la anotó en el Preakness Stakes (G 1) dos semanas después, donde les ganó a los machos. Finalmente llegaron otras dos victorias, pero una lesión obligó a que la yegua fuera retirada y con eso se frustró un duelo lamentablemente más hablado que concretado, ante otra gigante, Zenyatta (Street Cry), en la Breeders’ Cup.

  En la Argentina se recuerda que, en 1994, otro empresario, Gilberto Montagna, compró dos reservados de grandes haras: El Sembrador (Octante), del stud Los Patrios y criado en el haras El Paraíso, y Berliner (Ringaro), que defendía los colores de La Quebrada, su cabaña. El primero ganó el Gran Premio Jockey (G 1) y, al año siguiente, el Gran Premio Brasil (G 1), en Gávea, donde se llevó 1 millón de dólares, el increíble premio al ganador. Berliner, en tanto, se impuso en la Polla de Potrillos (G 1).

  En Estados Unidos, donde es el propietario el que le da el nombre a los potrillos, igual que en Europa, al dueño del caballo se lo agasaja mejor que al criador en los hipódromos, por caso en la premiación de la gran mayoría de los clásicos, donde en general no hay un trofeo para el cabañero. El cliente tiene más exposición. Aquí, eso es menos notorio.  

  Lo cierto es que, por una vía u otra, Mo Donegal, dirigido por el portorriqueño Irad Ortiz y entrenado por Todd Pletcher –ahora suma cuatro éxitos en el Belmont Stakes- criado por Ashview Farm & Colts Neck Stables, en Kentucky, alegró a más de 200 personas. Y eso no está nada mal.










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