Osvaldo Martínez tenía 73 años y hasta los que no escucharon sus narraciones en el hipódromo, pero sí en videos y grabaciones, lo recordarán como un emblema de las carreras de caballos
Cuando me enojé por algo que hizo y se lo dije, él se lo tomó tan a pecho que dejamos de hablarnos por años. Hasta que compartimos un viaje y él, ya en el asiento del avión, me miró desde que me asomé en el pasillo con cara de “dejémonos de joder”. Y lo saludé. Empezar a escribir con ese episodio de hace más de quince años es mostrar que todo lo inflexible que parecía aflojaba cuando lo sentía; en este caso supimos ambos que ocurrió más tardíamente que lo que ameritaba el entredicho.
Era la voz de las carreras cuando no había Internet, sólo televisión por
cinco canales de aire; ni nada fuera del papel y los medios audiovisuales; fue
el relator de la reapertura del hipódromo de San Isidro el 8 de diciembre de
1979 con sus exactas, trifectas e imperfectas. Y escribía en la Revista
Palermo, donde llegó a estar a cargo de la Azul. Después creó Campana de
Largada, cuando se reconvirtió, invirtió en una cámara fotográfica y aprendió
sobre un costado que nunca había frecuentado. También hacía bajo ese título unos
imprescindibles resúmenes de cada reunión del Norte, en el sitio web del hipódromo,
la vía para tener el video de cada carrera… con su voz.
En el medio y hasta el final, la radio: Continental, Rivadavia, los
flashes de los resultados, y el programa de cable en VCC (Video Cable
Comunicación). Lo último, compartido con su página, fueron sus espacios en Del Plata. No
podía haber una voz más a tono con el turf que la suya, que de tanto
decirle “Teacher” a casi todos se le quedó pegado el apodo a él. Y ya se sabe que la relación con los maestros puede ser de amor y bronca.
El tipo duro, con sus cuestiones que lo ponían de mal talante, emocionó
a todo un hipódromo cuando fue a relatar una carrera de Mat Boy en los Estados
Unidos, enviado por el Jockey Club. En aquellos días de los 80, cuando 25.000
aficionados colmaban las tribunas en reuniones “normales”, el inmenso narrador
se juntaba con el inmenso crack, para lo cual no necesitaba desgañitarse ni
apelar a golpes de efecto para darle su toque a cada carrera.
Ese severo observador llegó a dedicarle un buen espacio en la Revista
Palermo a la sección Carreras de La Nación, que había recibido una distinción Carlos Pellegrini. La
forma en que escribió sobre los “bepis” –el lunfardo de pibes, para los chicos-
de los 90 sólo denotaba cariño.
Irremplazable. El mejor relator de la historia de la hípica
ResponderEliminarAbrazo desde el alma teacher
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